Al mismo tiempo


Quito, 30 de julio 2020

Lilia Violeta,

Tres décadas han pasado desde la última carta que te escribí, el pretexto de aquella vez se repite y aunque te hayas quedado distante sé que responderás de inmediato, porque tu mayor preocupación es evidente en cada frase que escribes y que sin fallar me envías en la madrugada. Debes saber que si las leo al despertarme; sin embargo, el miedo me invade, la cobardía acelera mi testarudez y por orgullo me dedico a realizar otras cosas a las que he declarado como prioridad.

¿Recuerdas que de niñas aprendimos a escribir cartas y no precisamente a Papá Noel? Porque ni siquiera supimos de su existencia; sino le escribíamos a papá -Rodrigo- el día que queríamos. Él trabajaba fuera de casa, lejos de nuestro pueblo Guasuntos y mamá ocultamente nos incitaba a escribir cuando decía que «escribir todo lo que sentíamos era la manera más precisa de seguir unidos y más aún si le escribíamos una carta» y por supuesto -ella- vigilaba la estructura de la misma; no podía faltar: lugar y fecha, el saludo inicial, los párrafos de la historia, la despida, la firma y si algo nos olvidábamos una nota final.

Sin duda -hasta hoy- las partes más difíciles siguen siendo «la despedida» porque en dicho párrafo se condensa la prédica -recibir un abrazo-, ese abrazo que nunca faltó cuando llegaba y que nos recomponía la voluntad, nos daba energía y la oportunidad de jugar y dañar cosas como ensayo; y «la firma» en donde cada rasgo latía ansioso imaginando su contestación que siempre llegaba días después… Y no fue una carta anual, sino fueron muchísimas cartas más.

Cada una de nosotras le contaba las ocurrencias y hasta las faltas de obediencia que mamá más tarde contundentemente enlistaba -no había límite de páginas-.

Debo confesar que cuando decidiste quedarte sentada bajo la sombra del nogal le imploré al cielo que solo te mande una brisa leve para que resistieras; desde esa súplica no volví por ti, te dejé libre para que exploraras.

Sé que continúas escribiendo y que de vez en cuando trepas las ramas del árbol más alto de aguacate para divisar esa estrella que junto a la luna permanece atada; yo en cambio he escrito muy poco, mis destinatarios ya no caminan a mi lado, deserté cuando no fueron capaces de ser leales consigo mismo.

Tengo muchas anécdotas atoradas en el ombligo, es mejor que dejes por un tiempo la serenidad de tu escondite –nuestra casa-. Ven para destrabarnos.

Antes de terminar debo prevenirte que nuestra madre se dio cuenta del papel manchado que dejé sobre la mesa, cogió la carta y la transcribió por mí, no quiere que sientas como las lágrimas palidecieron la tinta.

¡Estoy bien, no te afanes, no vengas con premura, pero ven!

Así que no respondas por escrito; he perdido el apetito de leer, necesito que me arropes y les expliques a mis tres hermanas que ya no desfalleceré sola porque esta vez al marcharnos nos iremos juntas.

Lilia, gracias por ser y estar.

Atentamente,
Yo mismo

P.D. La introspección revela que al remitente le bastó una nota para que el destinatario comience a urgir... 

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