
Quizás nos acostumbramos a no tolerar la insistencia que tiene el pensamiento para que las expectativas sean solo nuestras y no sean depositadas en quienes más queremos.
Circunstancias como éstas reflejan que siempre seremos débiles ante la posibilidad de autoevaluarnos y exigirnos ser condescendiente con aquellos a quienes amamos.
Indudablemente, aún sabiendo o habiendo tenido experiencias no tan buenas, la vida nos dirige a seguir confiando, muchas veces en los mismos que dramáticamente nos rompieron el alma.
Son lecciones que pueden dejarte enseñanzas o simplemente se quedarán como enunciados sin deducir o peor aún sin resolver.
Muchas veces resulta imposible admitir que los cuestionamientos son banalidades ante la elegancia que tiene el perdón o más bien la aceptación de culpa que debemos asumir se convierte en una barrera desatinada e incremental.
Resulta también que muchas veces sentimos impotencia o envidia de saber que «ese alguien» si tuvo la valentía de experimentar (para bien o para mal) cosas que nosotros no nos atrevimos hacer en aquel tiempo. Quizás nos sentimos cómodos con la actitud de depositar expectativas en alguien más en vez de arriesgarnos a concluir nuestras expectativas.
El dolor que genera la desconfianza/decepción no solo es por los actos, generalmente son por las consecuencias imaginadas; si, ese listado de consecuencias a las que inútilmente le ponemos un título y fecha.
¿Qué costo tiene? Horas de llanto, días insolventes, incluso meses de insomnio.
La sabiduría es la principal estrategia del pensamiento y ejecuta actividades en el momento adecuado, a esto usualmente suele llamarse «mis propias prioridades».
Así que no busques un refugio fuera de ti y de vez en cuando es de valientes desnudarse el alma.
Autor: Lilia Quituisaca-Samaniego